Todos podemos vivir un sueño, una ilusión, un deseo, pero... ¿de qué sirve? ¿Qué se logra? Y lo más importante... ¿Qué te pierdes? Lo único que consigues es un sentimiento de tristeza y, con ello, va ligado un gran dolor cuando despiertas. Y al salir del letargo, logras ver el mundo real, como todo está peor que cuando empezó tu gran sueño. Tras ver eso, sólo te surge la idea que por andar en las nubes con tus castillos en el cielo, te has perdido una parte de tu vida.
Aunque vivir en el mundo real no sólo tiene cosas buenas. La hipocresía de algunos resulta gigantesca y te demuestran que, además de falsos, se dejan influir por el que tienen delante. Empiezas a ver como son los que tienes alrededor, desde el más viejo amigo hasta el más nuevo. Descubres, por ejemplo que aquél con quien habías pasado tantos buenos tiempos, se ha vuelto en un criticón de todos los que no tiene delante.
Hagamos una fortaleza en la orilla de la playa, una que aunque se destruya a base de olas, sólo nos produzca felicidad. Un palacio con todas sus torres, altas hasta el cielo, para que entren aquellos que quieran vivir, los que quieran disfrutar, los que se sienten ellos mismos. Siempre hay alguien que te entenderá, aunque se encuentre lejos o escondido.
Todo el mundo necesita a gente en quien apoyarse, algunos necesitan más que otros, pero todos necesitamos a alguien. Alguien a quien contarle todo, alguien en quien pensar, alguien con quien reír y, muy importante, alguien con quien llorar. No todo son alegrías, pero las tristezas compartidas son menos pesadas.
Porque nada nunca será como todos deseamos, pero puede ser algo no perjudicial para nadie, algo... "bonito"
