lunes, 9 de febrero de 2009

Escribe, no pienses.


El trabajo que realiza un conocido escritor mediante su raciocinio y su capacidad no es enviadable a alguien que se deja llevar por el lápiz y el papel o, como en este caso, las manos y el teclado. Los artilugios del artista para conseguir crear esas imágenes en la mente de un lector son, en su totalidad, una gran muestra de inteligencia, pero si, además de eso, tiene la capacidad de crearlas sin necesidad de preparación, demuestra, además un pequeño don que, aunque se crea, un servidor no lo tiene... y ni siquiera lo quiere.


Tener un don es simplemente una forma de recibir tratos extraños y, en ocasiones, discriminatorios. Te intentan explotar, de todas las maneras posibles y, sólo por la facilidad con que haces algo, se creen con derecho a dirigir tu vida y decidir tu trabajo. Aunque en los tiempos que corren no es necesario tener algo diferente para que intenten marcarte un camino predefinido que, en ocasiones, es escogido por la simple pereza de buscar un sendero alternativo.


Cambiar tus metas, tu forma de ser o incluso tu forma de pensar es una habilidad que todo el mundo está aprendiendo a desarrollar y, para combatirla, hace falta tener una mente fuerte, capaz de soportar los agobios y que no tenga ningún momento de flaqueza, algo totalmente extravagante. Al final, el cambio no es por la fuerza de las críticas o los "consejos", simplemente se basa en la constancia y en la repetición. Se podría decir que es como una especie de fuerza de sugestión, pero a la inversa. Es decir, en vez de pensar que estás bien tal como vives, a partir de las quejas, afirmar que tu vida es una mierda.


Por suerte (por una vez no diré por desgracia, no os quejéis) siempre están los típicos "idiotas" (comúnmente conocidos como amigos) que, a pesar de cómo eres, te respetan y te quieren. Son esos "irracionales" los que te hacen animarte, mediante sorpresas inesperadas y paciencia... mucha paciencia. Porque son los mejores y merecen mucho (no diré todo, que de eso hay pocos). Porque en momento de crisis anímica no hay nada mejor que animación y compresión... ¡y dos ostias, que nunca vienen mal!
Ilustración de A.M.P.

Capítulo 1 - Buenas tardes (Reedit)





-Bien, entonces ya has terminado el trabajo... y parece que sin ningún percance...


-Psé, tome, tengo prisa.


-Me gustaría que te pasaras por el psicólogo antes de irte.


-Mire, señor director, haré lo que me de la gana. ¡Coja el dichoso trabajo y deje que me vaya!


-¿Qué te ha pasado, Mathew? Al final te ha ocurrido algo, ¿verdad? Te lo advertí...


-Me lo advertiste, sí, y no le hice caso, quizás fui bastante estúpido, pero aún así, lo prometido es deuda. Aquí tiene el trabajo, corríjalo y déjeme en paz.


Después de esta forma tan inusual de comportarme, me quedé pensando delante de la puerta y decidí hacer caso al Director Stevens, normalmente le hacía caso, hasta aquél último día antes de las vacaciones de verano... Perdón, ¡qué poca educación la mía! Permitanme que me presente: mi nombre es Mathew y, en estos momentos tengo 22 años y unas pintas bastantes pordioseras. Soy bajito y delgado, tengo los ojos, que en sus años tenían un brillo verde muy característicos, más negros que el carbón y el pelo, anteriormente de un color como el del cobre, también oscuro. Llevo casi 3 años sin afeitarme por culpa de ese maldito trabajo, me tenía absorbido. También voy bastante guarro, con el pelo despeinado y con ropas haraposas. Muchos diréis que una mala racha la tiene cualquiera; yo en cambio opino algo distinto, mi mala racha la tiene poca gente. ¡Joder! Antes tenía el mundo bajo mis pies, ahora no tengo nada, el mundo me pisa a mi. Ya estoy frente a la puerta del psicólogo, a ver si me sirve de algo...


-Buenas tardes, doctor Watson.


-Buenas tardes Mathew, túmbese. Llevaba tiempo sin venir por aquí, desde aquel incidente de hace 4 años.


Lo recuerdo como si fuera ayer, era mi primer año en esta academia y mi único amigo era Mike. Como era tan inocente empezaron a gastarme bromas y Juliette, la chica con más carácter y personalidad de la clase, me defendió en todo momento. Mis compañeros de clase, tenían miedo a Mike y por eso no se atrevían a hacerme nada más que putadas. A mi, sinceramente hablando, me daba igual que se meterían conmigo y, entre nosotros, me encantaba ver como Juliette me defendía y me sonreía, era la mejor amiga que alguien podía desear. En cambio a los demás, no les parecía honorable que una mujer defendiera a un hombre, así que empezaron a meterse con ella y burlarse más de mi. Actué instintivamente y le metí un buen puñetazo en la cara a uno. Después le dije algo del estilo "¿Esto te parece más loable?", cosa que cabreó bastante a los demás compañeros y, a mala pata mía, ese día no estaba mi amigo, por lo que no tenían miedo de nadie. Pero no me fue tan mal, estaba tan airado que pude defenderme de numerosos golpes y dar algunos más. Me estaban pegando 5 personas y conseguí tumbar a 3. Estaba más malherido que esos 3, pero no me dolían las heridas: la clase se había transformado en una batalla campal cuando de pronto entró es señor Stevens. Era la primera vez que lo veía y me pareció majestuoso. Su pelo, a media melena, era castaño, sus ojos; marrones, su estatura; enorme y su constitución; fuerte. Rozaba los 50 años, pero aparenta 30 y pocos. Sólo dio un zapatazo contra el suelo y todos se pararon en seco y a mi no se me ocurrió otra cosa que llamarles cobardes, hecho que me hizo llegar al despacho del director Stevens. Se lo expliqué todo y me mandó al psicólogo, para que me desahogara. Y todo fue perfecto. El doctor Watson era lo opuesto al señor Stevens; bajo, rechoncho, calvo, pero con unos ojos azul cielo. Me ayudó mucho en sus consultas y en menos de una semana ya estaba calmado. Me sentía cómodo cuando lo visitaba ya que me oía como nadie lo hacía... nadie excepto Juliette, pero ése es otro tema...





Ilustración realizada por Comiquero91